El silencio en el armario

Detrás de los abrigos largos, donde más oscuro está, hay un cuadro que no ha visto la luz, casi, casi, desde que lo pinté, en 1998. El caso Alcácer fué el primer feminicidio mediático que me golpeó de jovencita. Me dió pesadillas.

Enfrentada al horror humano, una pila de vendas (¡vendas!), alambre del que pincha, y pintura roja y negra se ofrecieron a mis manos como chivo expiatorio del subconsciente. 20 años después del crimen, el repelús sigue vivo, también en ese cuadro negro coronado de rosas sangrantes. Culpo al inconsciente colectivo por la simbología demasiado arquetípica.

Me asombro (nunca mejor dicho – me extirpé la sombra…) de las horas de trabajo, moldeándo a mano cada pétalo, con plena consciencia del tema del cuadro, y ningún recuerdo de lo que pasaba por mi mente.

Terminado el cuadro, participé en una exposición colectiva en el centro juvenil de la población donde vivía. Pero rechazaron este cuadro, y yo sabía que me lo censuraban. Igual que la verdad de lo sucedido, la pintura espinosa desapareció en el armario que apenas se abre. Y allí sigue. Cubriéndose de polvo como las investigaciones cerradas.

Con otra obra, el mes que viene participaré en una exposición colectiva de arte feminista en Inglaterra. Para que no todo lo que hay que gritar se quede amordazado.

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